viernes, 28 de septiembre de 2012

Los españoles mandaban en este día

En el último trabajo me quedé sólo unos meses, ya que la niña y sus padres se marcharon a vivir a Inglaterra. Por esos días, la guerra estaba concluyendo. Al fin parecía que la bandera de la paz se extendería por el mundo. Pese a esa alentadora esperanza, al llegar el mes de julio vinieron desde Rusia otras escalofriantes noticias que nos sobrecogieron a todos: la familia Romanov, compuesta por el Zar Nicolás II, su esposa y sus cinco hijos, además del médico, el cocinero, el ayudante de cámara y la doncella de la Zarina, fueron vilmente masacrados.

La opinión de los españoles estaba repartida

Los que avalaban esa ejecución en masa y los que lo consideraban un brutal y aberrante crimen. El padre de Paloma, moviendo la cabeza con gesto pensativo, exclamó: «La Revolución Francesa ya dejó bien claro que la felicidad de los pueblos no está en los placeres de sus gobernantes. Pero, lamentablemente, los hombres fuertes que gobiernan los países nunca aprenden las lecciones...». Y junto a eso, una terrible epidemia de gripe comenzó a hacer estragos en Francia, España y Portugal, por lo que tuvimos que extremar los cuidados para evitar los posibles contagios. Los padres de Paloma habían terminado de remodelar su casa, que quedó muy bonita. Como estaba sin trabajo, gustosa les ayudé a decorarla.

En ella tenía un espacioso dormitorio para mí sola y a petición de toda la familia podía quedarme a vivir con ellos todo el tiempo que deseara. Ese día lloré emocionada. A partir de entonces, cada vez que salía sola me iba a pasear por el barrio que me había visto nacer. Sentada en un banco, con nostalgia, me quedaba mirando la que una vez fue mi casa. En junio de 1919, Álvaro pidió la mano de Paloma, y el quince de agosto, festividad de la Virgen de la Paloma, formalizaron su compromiso matrimonial con las perspectivas de una futura boda para el año siguiente. Don Gabriel y su esposa se mostraban eufóricos al ver a su hija tan enamorada de ese joven guapo, culto y distinguido. Y fue justamente el flamante prometido de Paloma quien me consiguió un nuevo empleo: el que cambiaría el curso de mi vida, ayudándome a resolver .

La familia de Álvaro Jiménez Montalbán era dueña de un importante Colegio de Señoritas de la alta sociedad madrileña y de una agencia de empleos para institutrices. Apenas Álvaro se enteró de que había seis puestos vacantes de maestras de niñas, me ofrecieron elegir uno. Tres de esos trabajos eran en Madrid, el cuarto en Toledo, el quinto en Segovia, y el último... en la ciudad de Granada. —Espero que aceptarás el más cercano de todos —indicó Paloma, riendo encantada, al escuchar de boca de su novio las posibles ofertas. No pude contestarle; me había quedado paralizada, experimentando en todo mi cuerpo un inusual cosquilleo.

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